Cuenta la leyenda que un oficial, para más señas capitán de los Tercios de Flandes, se fue de cena a una de las numerosas tabernas y mesones que había en la calle de la Bodega Vieja (que en la actualidad se llama Mariano Domínguez Berrueta). Después de una estupenda y copiosa cena, regada con un buen vino, se pusieron a contar hazañas y batallitas, lances amorosos y todo tipo de anécdotas.
Al calor del buen llantar y del generoso vino, el humo del tabaco y los apasionados comentarios, surgió la posibilidad de jugarse unos cuantos dineros. El capitán, ligeramente cegado por la bebida, empezó a hacer apuestas de forma descontrolada, viendo como descendía de forma alarmante su bolsa de dinero.
Se sucedían los lances, y la situación no mejoraba, pero nuestro valiente capitán no cejaba en el empeño de recuperar todo lo perdido y seguía de forma pertinaz, jugando y jugando.
Así continuó durante gran parte de la noche hasta que vió que no tenía nada más que apostar. La angustia por el dinero perdido, le hizo salir de forma tosca y refunfuñando, se fue sin un solo real.
Cogió sus cosas, los dados que tan mala suerte le habían traído y se fue. Deambulando por las calles de León, maldiciendo su mala suerte y viendo el negro porvenir que le esperaba, a cada paso que daba estaba más desesperado.
Mientras la ciudad dormía, la fortuna quiso que deambulando como estaba por sus calles, pasara por delante de la Catedral, y más concretamente, por su fachada norte. Se paró y mirando a la Virgen con el niño esperó encontrar la paz y la calma que ese momento buscaba y necesitaba. Pero sucedió todo lo contrario. En un arrebato de ira lanzó sus dados contra la imagen dando de forma violenta contra la cabeza del niño. Tal fue el impacto, que cuenta la leyenda que de la cabeza de la criatura empezó a brotar sangre.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y las piernas le fallaron, cayendo de rodillas delante de la imagen. Pidió perdón, lloró y suplicó perdón por esa mala acción. Así estuvo prácticamente durante toda la noche. Cuando la luz del alba despuntaba, se fue de nuevo deambulando por las calles de León, hasta que se perdió entre ellas.
Cuenta de nuevo la leyenda, que un tiempo después, alguien llamó a la puerta del convento de los Franciscanos, situado en las afueras de León, y después de explicar los hechos acaecidos días antes, atravesó los muros del convento para no salir nunca más de ellos. Relatan la ejemplar vida de este caballero hasta el día de su muerte como hermano lego franciscano.
Cuando en la ciudad corrió la noticia y era conocida por todo el pueblo de León, la Virgen empezó a ser conocida como la Virgen del Dado. El cabildo de la Catedral ante el temor de que hechos similares pudieran repetirse, optó por trasladar esta imagen a una de las capillas interiores de la Catedral.
Y desde entonces permanece en el interior de la Catedral, con las manos extendidas como queriendo decir que está dispuesta a recibir los dados de cualquier persona que haya sido desgraciada en el juego.