León, tierra de posadas y tabernas, tenía visitas de ilustres personajes por lo que las historias sobre ellos se sucedían muy a menudo. Y en una de estas visitas se basa esta leyenda…
Uno de esos días llegó a la famosa «posada de la Nuña», que se encontraba situada en el entorno de la Basílica de San Isidoro, un comerciante de Astorga conocido como Somoza. Venía con su joven ayudante o protegido, huérfano de padre y de madre y sordomudo. Una vez que habían tomado habitación quedó en salir para resolver sus asuntos, indicando a la posadera que vigilara al muchacho dadas sus especiales características.
Pero al poco de abandonar su amo la posada, para resolver sus asuntos de negocios, el chico, y la curiosidad que se tiene a esas edades, no pudo por menos que salir por las transitadas calles de León. Comenzó a caminar con el asombro de alguien que está descubriendo un nuevo mundo para él.
Correteando por la diversas calles de León, se topó con la Basílica de San Isidoro y la curiosidad le llevó a entrar en el templo.
En ese momento se oficiaba una misa y el chico, ni corto ni perezoso se situó en la primera fila para observar todo aquello. En esos momentos vió como un señor vestido de forma lujosa, con muchos ornamentos parecía dirigirse a él. El chico no pudo por menos que verse totalmente sorprendido y absorto. Se quedó con la boca abierta. Aquel extraño personaje se dirigió a él y le dijo: «Quedas curado y tus ligaduras sueltas. Da gracias a Dios».
El muchacho perplejo y asombrado, al segundo se dio cuenta de que podía hablar, de que escuchaba y no tardó en salir corriendo de la iglesia con gran alborozo, gritando: ¡ Milagro ! Milagro ! Para dar gracias a Dios el chico, que no contaba con dinero ni con nada material con lo que poder agradecer tal milagro, optó por acercarse a un puesto donde vendían velas y cirios, y negoció con su capa (ferreruelo, una capa corta que se utilizaba por aquella época).
Como por aquel entonces este tipo de trueques eran muy comunes el chico consiguió sus velas. Pero no sabía que este trueque iba a ser el principio de su desgraciada aventura.
Paseaban por allí dos guardianes a los que se les había dado la orden de buscar a un muchacho que había robado un ferreruelo. Justo la misma capa que el acababa de cambiar. Al ver la operación, los guardianes procedieron a detenerlo y llevarlo al calabozo, ante las inservibles protestas del muchacho,
Al volver el comerciante Somoza a la posada, vió que el muchacho no estaba y salió en su busca. Preguntó a comerciantes, viandantes y a toda persona que se encontraba a su paso, hasta que un tendero le indicó que había sido detenido un joven al que pillaron cambiando su capa (ferreruelo) por unas velas.
Se dirigió a los calabozos de San Isidoro. Los guardianes le llevaron al oscuro calabozo, en el que apenas se podía ver nada. El muchacho al verlo, gritó : «Soy yo, yo, señor, soy yo». Pero Somoza, dada la poca luz que había dijo: no puede ser, el muchacho que yo busco es sordomudo. Y se fue.
Su preocupación iba en aumento pensando en la suerte que el muchacho podría haber corrido. De regreso a la posada, vió que en la Plaza de San Isidoro la gente comentaba el milagro del muchacho. Y entonces raudo y veloz volvió de nuevo a la prisión. Esta vez le abrieron el calabozo y pudo ver que era su protegido.
Alabado sea el Señor, dijo Somoza. ¡Eres tu! Si señor, en la iglesia donde he entrado un señor muy elegantemente vestido me ha curado. Sabido esto el señor Obispo, organizó una procesión a la que acudieron cientos de leoneses, y al mismo tiempo se hicieron repicar las campanas de la ciudad.