Corre el siglo XIV de gran prosperidad para la ciudad de León, y entre los muchos oficios que se practicaban en la ciudad había uno que destacaba por la gran calidad de sus trabajos; ese era el gremio de los azabacheros, quienes se agrupaban en torno a la actual calle de Azabachería de León.
Los azabacheros eran los maestros joyeros encargados de trabajar principalmente el azabache y otras piedras preciosas. El azabache es una variedad de lignito, dura, compacta, de color negro y susceptible de pulimento, que se emplea como adorno en collares, pendientes, etc. y para hacer esculturas.
Por aquel entonces había un reputado azabachero conocido con el nombre de Gastón (de origen francés) que conseguía unos trabajos excelentes con este mineral.
Una mañana recibe la visita de Don Diego de Velasco el cual le encarga un trabajo para Doña Beatriz Ponce, que era su dama. Le encarga hacer una joya que haga las delicias de esta dama.
Unos días más tarde recibe la visita de Don Pedro, Conde de Pernía, el cual le viene a encargar otra joya exquisita para su noble dama y amante Doña Constanza Enríquez.
El joyero, presto, se pone a trabajar para elaborar los encargos hechos con todo su esmero. Una vez realizadas y terminadas casi al mismo tiempo, manda a su criada y ama de llaves Librada con el encargo de entregar sendas joyas.
No se sabe bien, si por error o por pura maldad, la criada, Librada, comete el error de intercambiar los encargos, dando las joyas equivocadas a tales damas. Esto provoca un terrible enfado de las señoras y se torna un oscuro horizonte sobre los caballeros que han hecho los encargos.
Al ser una cuestión de honor, tales caballeros se encuentran al pie de la calle Matasiete (calle El Escudero) y se enfrentan en armas. En tal encuentro, muere Don Pedro, Conde de Pernía.
Librada, es apresada y aunque liberada del castigo de sangre (por ello se la conoce como la Sin Sangre) es encarcelada. Mientras su señor, Gastón, tiene que huir para evitar las posibles represalias de Don Diego de Velasco. Se dice que huyó a su país, Francia.
Las joyas, doblemente negras por el color del azabache y por el color del luto, dicen que fueron a parar al tesoro sacro de la Real Colegiata de San Isidoro.